La infancia sublevada
No sé cómo hacen los niños para sobrevivir a este mundo. Los niños en general, pero sobre todo aquellos que, de alguna manera, emanan un resplandor, una suerte de bomba de tiempo que echa sus raíces en el corazón de la familia –sagrada, desde luego–. Y lo hacen sin darse cuenta, por el sólo hecho de existir. Supongo que llevan en sí mismos no sólo la droga del “mal” si no su antídoto, un elíxir antiguo y revolucionario, capaz de vencer al más copioso de los enemigos.
Me refiero a la risa. El llanto convertido en risa y la risa en amor, en un pase de magia artero, que distrae a la tropilla de fusilamiento y los hace, en medio de la noche agorera, dudar. La risa, más parecida al beso de la mujer araña que a un envarado cañón de guerra. En su centro, un ángel que, al burlarse (ante todo de sí) pone patas arriba el mundo y sus alrededores para que lo esencial, ¡al fin!, sea visible a los ojos.
Si no me equivoco, con la palabra “maricón” ocurre lo mismo. Surge de la boca de un ofuscado soldadito como un escupitajo que, el mancillado, termina colocando en el ojal de su saco como un adorno, o mejor todavía, como una condecoración (el niño Oscar Wilde, ¿se acuerdan?) De esta forma, ninguna palabra puede herirnos, y si lo hace, de esa herida surgen secretas flores resplandecientes.
Mariconcitos, este pequeño libro lleno de estampas infantiles, es una muestra cabal de lo que digo. Leerlo es como viajar en el tiempo y recuperar a esos niños que, pese al poder opresivo que los señaló alguna vez, logran escaparse, dar una vuelta de tuerca y sonreírle, de un modo más o menos cómplice, a la cámara y al lector. De hecho, el misterioso diminutivo, le sustrae a la palabra su poder destructivo y la convierte en un vocablo sencillamente encantador, colmado de ternura. ¿Quién no desearía ser nombrado así, después de leerlo?
Porque a veces los niños soñamos con ser niñas, y las niñas con ser niños, o antílopes o cualquier otra cosa, distinta a lo establecido. El mundo que nos rodea parece no comprenderlo y larga sus ejércitos para poner las cosas en su lugar. Pero la candidez de estos niños es tan perfecta como una sublevación.
Sé que falta mucho por hacer. Que todavía hay niños amenazados en las escuelas, en las canchas de fútbol, en las jugueterías… Aun así, celebro que un libro como éste haya sido escrito y publicado. Su escritura, es una forma de liberación. Una muestra más de esa alegría de la que les hablé y de una endiablada resistencia, con su arcoiris, sus espejitos tornasolados... Pero además me hizo pensar en mi propia infancia y en alguno de los libros que escribí, en el mariconcito que fui y que sigo siendo, para mal de muchos y para alegría de mi corazón.
Osvaldo Bossi
Agosto de 2017, Abasto