Perchas de alambre
Las tardes a la vuelta del jardín, perteneciente a un colegio
católico muy bien visto en mi natal Florencio Varela, siempre
fueron algo turbulentas. Recuerdo llegar rápido, hacer escándalo
para no tomar leche (qué ironía) y encerrarme en la habitación de
mi madre (sí, como buena matrona era sólo de ella, siempre supe
que mi padre era un invitado totalmente ajeno a ese ambiente) y
empezar a revisar sus cajones. Medias de red de todos los colores
y bodies de encaje pasaban por mis manos y me fascinaban los
ojos. Camisones de colores que gritaban menemismo y de texturas
que me recordaban que aún era un esclavo del amor materno. Mi
montaje favorito era exactamente: unas plataformas transparentes,
pesadísimas para mi piecito de niña, un camisón de raso verde
agua con encaje que me quedaba como un vestido de gala, o eso
me gustaba pensar a mí, pensarme la mini Cruela de Vil hot de
La Esmeralda, unas medias de nylon que usaba a modo de peluca,
porque nadie pensaba comprarme una en esa época, y en toque
final, quizás el más importante, el tapado de zorro de mi madre.
Ese tapado que sigue representando todo el poder femenino que
recorre mis venas. Así salía al pasillo, bailaba y me escondía de la
mirada prejuiciosa de mi hermana (adolescente hetera de los ’90).
Era feliz en mi pequeño escenario de la vida, como diría Moria.
Podría decir que esas fueron mis primeras incursiones en el
montaje, el crossdressing, el drag, el travestismo. Dejé de hacerlo
cuando un día, mi madre le preguntaba a mi cuñada si iba a “salir
mal” debido a mis pequeñas performances vespertinas. Por suerte,
unos 20 años más tarde volví a vivirlo. Ahora mi escenario es la
calle. Estoy completa y mi madre ya no piensa que salí mal, solo
me recomienda que no me dedique al trabajo sexual precarizado.
Como crecimos todas, ¿no?
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Nach Mastromaure
24 añitos. Estudiante a medias de Física y reina drag. Ex madre y
actual comeviejos. La calle es mi pasarela. Nómada del conurbano.
Cuidado conmigo.