Susanita
Ponerme a dialogar con mi infancia siempre me ha generado
enormes aprendizajes, risas, alegrías y nostalgias. Valen esos
instantes de recuerdos, devenires memoria que sienten y desean.
Crecí en los ’90. En casa era primer hijx y primer nietx al mismo
tiempo. Todo lo que emprendí era una alegría que se transformaba
en un acontecimiento familiar. Mi abuela aún hoy, siempre que
tiene oportunidad, se lo cuenta a amigxs y compañerxs. Por
ejemplo cuando, jugando, quería aprender a coser como ella.
Agarraba cualquier trapo para unir a otro y lo ponía en la máquina.
Al principio creo que me sacaban la aguja, me decían “doña flora”.
Con esa máquina me preparaban los disfraces para el Jardín, que
a veces me los dejaba puestos durante días con sus respectivos
maquillajes grotescos de alguna futura roja fantasía.
Recuerdo que a la noche se miraba el programa de Susana
Giménez que atendía el teléfono. Yo también lo hacía y, por más
que no les conocía, me ponía a charlar con quienes llamaban a
casa. Todxs corrían para llegar primerxs pero yo siempre estaba
al acecho preparadx y entusiasmadx. Cuando me escapaba de casa
y me perdía, pocas veces recordaba el camino de vuelta pero, por
supuesto, recitaba el número de teléfono.
En primer grado llevaba de todo en la mochila por si me
aburría, algo que siempre sucedía. Tenía bolsas de bolitas y
figuritas para intercambiar. También tiras de can-can para jugar
al elástico, y una soga muy larga. Eran juegos considerados para
nenas y lo sabía. Nunca me importó mucho, a pesar de alguna
que otra mirada de la policía docente. Siempre me llevé mejor
con las chicas más chonguitas, con quienes generaba alianzas.
Desde Jardín jugaba a sus juegos. Luego jugábamos a los juegos
que los varones disputaban solo para ellos. Los baños eran parte
de eso, los poníamos en tensión en cada recreo. Yo no entendía
por qué no podía entrar en el otro baño, pero iba igual. De hecho,
alentaba a mis compañeritas a invadir el de los varones. Con el
tiempo, resultó todo un “espanto” escolar cuando algunos límites
se perdían en nuestra curiosidad.
Recuerdo que tampoco entendía por qué los cuerpos de las
mujeres desnudas podían verse en revistas y en películas sin
censuras y el de los varones no, nunca se veía nada. No porque no
estaban. Muchas veces no faltaba alguien que me dijera “esto no
pueden ver lxs chicxs” y me tapase los ojos hasta que pasara ese
fragmento de película con algún desnudo. Como si me enseñaran
qué cuerpos debería ver, querer, desear. Pero yo quería ver todo.
Deseaba verlo todo. Deseos y placeres no le van a negar a esta
marica.
Mi familia solía ir a la cancha a ver partidos de básquet. A todxs
nos gustaban, pero también me escurría por debajo de las gradas
para jugar con mis amigxs. En una ocasión, en un entretiempo,
me escondí entre unas columnas que daban al vestuario de los
jugadores. Estaban charlando todos desnudos. Ellos no me
vieron. Nunca le conté esto a nadie, pero fue hermoso. Esos
cuerpos, que yo no debía ver, se decodificaban en un deseo que
pretendía observarlo todo. Estar en donde no se podía y ver lo
que no se podía. Miraba y me imaginaba entre ellos, aunque con
la adrenalina de que me encontrasen. ¿Quién iba a descreer de
un niño de 6 años jugando a las escondidas? Me escondí ahí un
tiempo hasta que ya no lo pude hacer más.
//Hay calores que activan la memoria del cuerpo y alguna
nostalgia sensibiliza la piel que recuerda. Piel que invita a habitar
el tiempo que ya no se rige de tempestades. Piel que viaja y que
instantes e intensidades regala. Incursiones monstruas todas, piel
nos grita, piel marica//
​
Mauricix Aguilera
Crecí en Rafaela, Provincia de Santa Fe, en donde aún vivo,
estudio y activo. Colaboré en diferentes organizaciones de
derechos humanos, principalmente LGBTIQ. En el último tiempo,
fundamos una organización llamada Revuelo desde donde aún
tejemos alianzas y discutimos fronteras colectivamente. Estudio
el Profesorado de Ciencias de la Educación y ahí también me
suelen ver en los baños de mujeres.
Contacto: aguileramauricio@hotmail.com