Littleprince
El placer
Había un juego en la primaria que me gustaba mucho. Empezó en
los baños del colegio haciendo pis: te comparabas la pija mientras
meabas, y un poco que te pajeabas mirando la pija del otro. A mí se
me paraba un poco, entonces parecía que mi pija era más grande
que la de los demás, más hinchada, nadie pensaba que estaba
excitado por la situación de estar con otros varones haciendo eso.
Ese no era el juego, pero bueno, ahí empecé a darme cuenta que
me gustaba un poco, un poco mucho, del todo. El juego era algo
así como apoyarse: te agarraban desprevenido y un compañero te
abrazaba por detrás y te hacía una especie de bombeo, y eso era
todo. El juego estaba en esa especie de dominación sexual. El que te
apoyaba tenía un dominio sobre vos, un dominio de macho sobre
vos, el que te apoyaba era “el macho”, ahí ganabas, supongo… yo
trataba de hacerme el distraído para caer en las garras del juego,
para perder. Cada tanto trataba de compensar, para que no se
note, siendo yo el que apoyaba y bombeaba a algún compañerito,
o sea, “ganar”. Pero la verdad es que me encantaba perder, que me
agarren desprevenido. “Desprevenido”, bien venido al sexo. Creo
que nadie se dio cuenta de mis ganas de perder, ni siquiera yo. Ese
era el comienzo. Tipo 11 años.
Jugábamos al teatro con Fátima Aguirre y Matías Chami, en las
veredas del barrio. Hacíamos como una especie de ópera donde
yo era la soprano. Usaba un camino de mesa al crochet blanco
como peluca, y bueno, hacíamos esa obra improvisada en la calle,
en el jardín de una casa, que con su verja y césped nos enmarcaba
como en un teatrito muy bonito. Los vecinos varones, amigos
de mi papá y junto con él, estaban reunidos charlando en una
vereda al frente de donde jugábamos. Yo veía que se reían, que
murmuraban por lo bajo. ¿De qué se reirán?, pensaba, ¿será que soy
divertido, es divertido lo que hacemos? ¡Yo chocho! Cantaba más
fuerte y mis ademanes y gestos se agrandaban cada vez más en mi
interpretación de la soprano. Después de un rato, mi intuición me
dijo que no se reían de lo divertido de mi performance, sino de mí.
Se estaban burlando, sin piedad y sin molestarse por la presencia
de mi viejo. Hombres gordos con cara colorada se reían de mí,
que estaba con la peluca de crochet cantando como soprano, y
no jugando al futbol en la canchita del terreno abandonado como
Dios manda. Dejé de jugar, me puse mal. Un rato más tarde, mi
mamá me llama para merendar y me dice que mi papá quería
hablar conmigo. Él estaba al fondo del patio, sentado sobre un
tronco muerto que usábamos como banco, con la cara triste y un
vaso de acero inoxidable con vino. Voy, sabiendo que me iba a
retar por algo. ¡Qué tenía que hablar a solas mi papá conmigo si
no! Me hace sentar y me dice que todos los vecinos decían que yo
era un maricón, que él sentía vergüenza de lo que yo hacía, y que
no quería verme más haciendo eso, que si volvía a verme haciendo
mariconadas me iba a llevar al médico. Que juegue al futbol, a la
escondida, que me junte más con los varones y menos con Fátima
Aguirre, mi mejor amiga del barrio.
Héroe borracho
Mi papá, que odiaba la idea de que yo fuera maricón, pero
odiaba más que su hijo sufra, alertado por esta vecina que vio todo
y que me quería mucho, decidió ponerle fin a la situación. Un día,
de pronto, decido salir a la calle, tomo coraje (no podía pasarme
la vida encerrado, de la casa al cole y viceversa), y veo a tres de
los 8 bobos pateando una pelota. Como siempre que los veía se
me erizó la piel del miedo, pero para mi sorpresa, uno de ellos
me saludó con mucha amabilidad. “Hola Maxi, ¿querés venir a
patear con nosotros?”. “No gracias”, les contesté. “Cuando quieras
venite”, contestó el bobo con la voz endulzada. Días más tarde, los
veo a todos reunidos en el frente de la casa de uno de ellos, y por la
amabilidad recibida anteriormente, decidí pasar por ahí, sin tener
que dar la odiosa vuelta a la manzana para llegar al boulevard.
La sonrisa y la mirada burlona que les era característica para
conmigo había desaparecido, en lugar de eso tenían una sonrisa
amable, pero forzada y unos ojos que no dejaban de ser bobos,
pero que intentaban teñirse de bondad. Uno de ellos, Omar, el hijo
del farmacéutico, tenía la mirada baja y enojada, y el pelo cortado
al ras. Era la época de los pelos largos, los ’90, y la mayoría usaba
el pelo así, éste también. Me pareció raro todo eso. El pelo al ras,
la mirada baja, el gesto enojado. Sentí alivio. Por arte de magia,
ellos habían dejado de molestarme. No fue por arte de magia, fue
Dios. Empecé a creer definitivamente en él. Ahora debía poner mi
parte en el acuerdo con Dios, dejaría de ser maricón.
Por suerte Nico Rivera, que era el hermano menor de uno de los
8 bobos, me contó el misterio de la repentina amabilidad de estos
brabucones. Mi papá en un acto heroico e iracundo, luego de ser
alertado por la vecina que me protegía, fue con una tijera, la de la
casa, la que mi mamá usaba siempre para cortar tela, y amenazó
al grupo de los 8 prometiendo muerte para quien me molestase.
Agarró uno de los bobos al azar, el hijo del farmacéutico, el que
tenía el pelo más largo, y vomitando amenazas de muerte, le cortó
buena parte del pelo al bobo. No había sido Dios, había sido mi
papá, que habría escuchado en sueños mis plegarías, o las alertas
del ángel de mi vecina. No me molestaron más. Dios era mi papá.
Aún conservo la tijera.
Pd: Querido papá. Me hice ateo. Como no creo en Dios, no
cumpliré mi promesa. Seré maricón. Esa será mi religión. No hay
nada más hermoso que ser, sin hacer esfuerzo. Te quiero. Igual
gracias por ser mi héroe y salvarme con las tijeras de mamá. Un
vaso de vino tinto bebo en tu honor mientras suelto estas teclas.
​
Maximiliano Gallo
Córdoba, Argentina 1981. Es actor, docente, director teatral y
dramaturgo. Comienza su trabajo como actor en el año 1999, en
el grupo de teatro independiente “El Cuenco” de la ciudad de
Córdoba; paralelamente estudia en el departamento de teatro de la
U.N.C. A partir del 2005 comienza su carrera como dramaturgo y
director teatral, escribe y dirige “La sexualidad de Sandra”, “Prima
Fílmica”, “Limbo”, “Simulacro y fin”, “Hoy no voy a nombrarte”, etc.
En cine escribe y dirige “Mi tristeza no es mía”. Ha sido invitado
para escribir en diversas revistas literarias como El Elefante
Rosado, o textos relacionados al quehacer teatral como en la
revista universitaria Deodoro. “Prima fílmica” y “La sexualidad de
Sandra”, ambas obras con temática de género, han sido publicadas
y distribuidas a nivel nacional.
Contacto: maximilianogalo@gmail.com