Mi primera Tía o La diadema invertida.
Fino, delicado, suavecito. Lo primero que viene a mi mente, cuando
pienso en mi infancia, son las mujeres que me nombraron: madre,
abuela, tía, compañeritas, vecinitas; y los juegos que me permitían
estar siempre rodeado de ellas, las más de las veces, remakes de
Disney en las que interpretaba a los príncipes, bailando y cantando
–actividad que encontraba enormemente más entretenida y
satisfactoria que jugar al fútbol–. Jugando a ser príncipe me
cubría de joyas, capas larguísimas, coronas y demás accesorios
improvisados, pero había uno al que sólo yo accedía: una “corona
real” –una diadema que había pertenecido a mi madre como reina
de la primavera– que usaba invertida sobre la frente como realeza
élfica. La delicadeza venía de fábrica. Sin varones a la vista, era un
iniciado en los secretos de las nenas; el maquillaje, las muñecas,
la ropa, las charlas sobre chicos y la práctica de besos de película
no podían faltar.
La abuela Ana, ma(t)ri(ar)ca, fue quizá mi primera tía e
iniciadora de mi educación sentimental. Tardes de telenovelas
e intrincadísimas novelas familiares sentado en su regazo,
acompañadas de la mamadera con chocolatada, el olor de su
crema corporal (que se aplicaba religiosamente varias veces al
día), el jugueteo de mis dedos con la piel suave de sus brazos y
sus collares. En algún momento hacía una pausa para cocinar algo
rico para la merienda, momento en el que me dejaba frente a su
ropero abierto y ponía todo su contenido a mi disposición: pieles,
zapatos, perfumes, alhajeros y hasta una peluca, en conjunto: un
verdadero cofre del tesoro para mí. Eligiendo cuidadosamente cada
prenda y accesorio me (in)vestía hasta que a su vuelta, fingiendo
sorpresa, se reía y comenzaba a contarme la historia del príncipe
con el que se encontraba ese día. Así es como, si en el barrio
jugaba a ser príncipe, en el calor de su casa y supervisado por la
mirada protectora de mi abuela, aislado de los helados vientos
hetero, me convertía en rey(na).
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Franco M. Forastieri
Nacida en el fuego helado de las tierras del sur, devenida
conchasiniestra, psicomostra de orientación conchaforteana y
neurótica cinturón verde.