Alicia ya siempre
Empecé terapia a pedido del público, porque no jugaba de la
cabeza para afuera. Alicia, mi maestra, sugirió que me llevaran de
“Juanita”, porque no era posible que lo que ocurría en mi cabeza,
allí quedara: era pasivo y –según temía Alicia con admirable
precisión– psicobolche. Nunca agradeceré lo suficiente a Alicia
por darme esa genealogía. El Test de Roscharch de Juanita me
fascinaba, pedía bis en cada encuentro, pero no fui desde él al
dibujo o a la pintura. Preferí convertirme en Juana haciéndole
el test a mis compañeritos. Hacía garabatos y les solicitaba que
hablaran sobre ellos: ¿Qué ves? ¿Te da miedo? ¿O vos querés ver
eso que para mí no es? Luego anotaba conclusiones y regalaba
diagnósticos para que ofrenden a madres, padres o tutores. A
los monstruos no se les da herramientas, Alice, ni aquí ni en
Wonderland.
Mi mamá esperaba a María Laura y mi abuela me cantaba La
Tarara (la tarara sí, la tarara no, la tarara niña que la he visto yo). En
el principio somos cuentos y hay una ley primera: no contravenir
el deseo de las mujeres lúcidas. Lucirse con él. Sergio fue una
decisión de mi hermana mayor y mi tía Cristina. Entre madres
y tías se resuelve todo, como lo sabe mejor cualquier marica que
Lévi-Strauss. Agreguemos a las primas, porque el payaso de la
foto, que me aterrorizó siempre, había estado en las tortas de
ellas primero. Ese payaso fue de mujer a mujer, como yo en ese
triángulo hermoso que hicieron mi madre, Alicia y Juana para dar
a luz a este monstruo.
Entonces, un mariconcito es a las primas y tías lo que la psicóloga
a la maestra: lo llaman derivación, pero me complace la feliz
herencia. Camilo Sesto, que hacía de mi tía un ser incontinente,
cantaba: Que no me falte tu cuerpo jamás / ¡jamás! Durante años
fue mi educación sentimental y mi canción para la siesta en el
Winco de la casa de Juana. Otra Juana y la misma: la vecina.
​
Sergio Peralta, Santa Fe, Argentina.