No llores por mí, Argentina
Nací el 20 de Junio de 1987. Mi segundo nombre es Manuel por
Belgrano, el creador de la bandera, el prócer de las habladurías.
Mi venida al mundo coincide con la celebración de un feriado
nacional. Siempre he cumplido junto con la patria. ¿A quién?
En el jardín de infantes se organizaba el (pasaje al) acto de
mi natalicio. La historia era sencilla: tras dar batalla, Belgrano se
quedaba dormido, y en la pasividad y humedad de sus sueños un
torbellino de estrellas coreografiadas le rumoreaban sobre Celeste
y Blanca. ¿Quiénes eran Celeste y Blanca? Andrea del Boca y la
esposa enferma de Don Moyano, el vecino de enfrente, resolví.
Como la asignación no es destino, me arrebataron el rol
protagónico y me mandaron entre las filas del vulgo a hacer de
soldadito. Pero me resistía, todo mi cuerpo se resistía. ¿Cómo
marchar? Arruinaba el ensayo con mis movimientos delicados
y exagerados a la vez. La maestra se desesperaba: “No, no, no.
Así no”, me decía intentando disimular su aflicción. Una nena
llamada Aldana dijo en voz alta que yo podía ser una dama
antigua como ella , y algo mucho más antiguo que las damas
aseveró la incertidumbre en nosotros. Tomada por la ansiedad de
la exposición ejercí mi primera insurrección involuntaria, cometí
mi segundo crimen: “Yo me voy con las estrellas”.
Así fue que las cartulinas azules que intentaban soldarme
quedaron archivadas en el armario y a último momento se les
comunicó a mis padres que sería la única estrella varón. ¿Qué
necesitaba? Cancanes blancos, camiseta blanca, polainas, zapatillas
azules y una vincha con picos plateados. Papá entró en pánico
con lo de la vincha. Y como el inconsciente siempre sabe, perdió
los moldes que le dio la Señorita Celia. Me propuso, en lugar de
esa coronita, hacer algo mucho más viril: un casco plateado, más
resistente, más grande, con picos, aerodinámico, hiperbólico.
¿Qué sabía el inconsciente de mi padre sobre el mío propio?
Entre el soldado y la dama antigua: la niña drag queen más
poderosa de todos los tiempos. Embanderada, espectral y
orgullosa. Yo: la estrella sobresaliente. Aplaudida por todos, más
que Belgrano.
Lo que nunca les voy a perdonar es que, para hacerme cargar
con el palo y el trapo ese, me obligasen a quitarme el casquete.
Dejé la vida en el escenario, lo di todoh, como Normita Pons, la
última trágica –con los ojos llenos de lágrimas, diagnóstico de
paperas (“no me parece tan ilaaaaagica meamar”, diría Oriana
Junco), fiebre de más de 38º y la precariedad de los estrábicos
en la mirada maliciosa–. A veces, las explicaciones llegan mucho
antes de que una se lance a buscarlas.
​
Juan Manuel Burgos.
Negra y disidente, escribiente y escuchante, acompañante sexual y abortero. Cocina, pinta, dibuja, cose, borda y te abre la puerta para ir a jugar. Mora en Córdoba y comparte casa con dos perras, dos fantasmas y una mostra.