I've written a letter to Daddy
Como Baby Jane quiero entreteneros compartiendo la micro-épica
marica de mi vida: érase una vez una amiga muy atrevida que le
preguntó a mis padres cuál era el nombre de mujer que me iban a
poner antes de descubrir mi entrepierna, contestaron: Soledad…
Ese nombre que no supe nunca me conjuró cual hechizo un destino;
desde que lo sé, comencé a luchar contra esa soledad. Los papeles
dicen otra cosa, que soy Andrés, que significa viril, ¡qué valor!,
pero madre soñaba algo más “afrancesado”, que fuera André por
Arnaldo André, galán de telenovelas por el cual ella rompía bolsa
de sólo saborear en la pantalla ochentosa sus susurros guaraníes y
su piel naranja. A mi padre todo eso le entró por un oído y le salió
por el otro, me registró como Andrés, porque para él la realidad es
dos más dos y no el continuum lesbiano de Giornata particolare
que madre añoraba con la Arnaldo.
Aun así el hechizo materno pudo más que la racionalidad del
Hombre porque siempre recuerdo con placer la complicidad de ella
conmigo, sus canciones favoritas de Roberto Carlos, la Serra Lima,
Simone, ABBA, etc., mientras hacía recreos de sus labores impagos
para besarme, abrazarme y contarme confidencias, de agenciarse
una hija en ese corralito de masculinidad familiar compartiendo
conmigo telenovelas, susaneando cotilleos barriales no menos
culebrones y su pasión tan Manuel Puig por las divas, poniendo
sus fotos en portarretratos como dos susanos. Aunque también me
desapareció muñecas como Joan Crawford a su hija Christina, no
porque las muñecas fueran “egoístas y desconsideradas” como en
Mamita Querida en plena era del Craw-fordismo, como aquellos
muñecos de trapo que echaron a una amiga marica y ésta tuvo que
aceptar el desalojo por respeto al giro ontológico, a la existencia
interpercibida de esos muñecxs.
Mis muñecas no eran malas pero la relación de madre con mi
feminidad siempre fue muy errática. Por eso cuando las muñecas
quedaron censuradas en nuestra democracia proscriptiva
comencé, clandestina, a jugar a las peponas en lo de una vecinita
que se negaba a reconocerme como nena, pero que disfrutaba de
que jugáramos juntas, aunque yo no entendiera nada de fútbol ni
de boxeo, pasiones que su padre le inculcó porque no estaba en
sus cálculos que su primogénito no fuera el varón que soñaba,
uouououou.
Luego nos mudamos de ese barrio y ya no pude acceder a las
muñecas más que en vacaciones, cuando visitábamos en Chile a
mi prima. Yo esperaba todo el año ese viaje y me deslumbraba
escabullirme en su colección de muñecas como Laura Ingalls en la
habitación de Nellie Oleson. El resto del año me las ingeniaba para
resignificar a los dinosaurios de plástico. Empecé a adjudicarles,
cual rito marrano, los personajes femeninos de Dinastía y Dallas,
inventarles otros conflictos, catfights y más villanas, la capacidad
de convertir en tía regente a ese aparato frío y sin curvas llamado
televisor, diría la Theumer. En fin, muchas tácticas para sobrevivir
a ese enigmático exterminio que me empujaba a ser parte de una
cultura marica y al mismo tiempo me boicoteaba esa posibilidad.
Creo que nuestras mañas vivirán por siempre como la loca de Miss
Tacuarembó y las metamorfosis del viejo loco Madonna, en esa
revancha que nos da la vida de volvernos nuestra propia muñeca
y encontrarnos con otras peponas. Me pregunto si la gente que
no ha vivido tantos obstáculos a su deseo, que no ha necesitado
bunkers de fantasía, ha disfrutado tanto como nosotras en nuestras
resistencias/fechorías. ¿Pueden decir de sí, que son amigas de la
otra y amigas de Dorothy al mismo tiempo?
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Andi Darío Sini Castore Descapelinade.
Loca mersa y cursilienta, pimpinela-lumpen-cognitaria del Interior, docente, estudiante, militonta, puta y malcriada. Vive en Córdoba Capital, nunca volverá a ser santacruceña y jamás llegará a ser cordobesa. Amante de lxs gatxs cuadrúpedxs, de la escritura, las películas viejas, las tías, el camp y las lecturas potentes y ponzoñosas.
Contacto: sini.andres@gmail.com