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La niñita

La palabra. Desde que tengo memoria fui nombrada en femenino
de forma peyorativa: la niñita, grita como niña, corre como niña,
mea sentada como niña. Esto me generaba un gran conflicto, me
sentía violentada al ser nombrada así, ya que se hacía con esa
intención. Al mismo tiempo, deseaba lo que yo consideraba los
“privilegios” de las niñas: ellas se podían maquillar, jugar con
muñecas y quedarse con los nenes. En este sentido la categoría
“niño” no tenía nada para ofrecerme.
El amor. Mi mamá era una persona muy abierta, siempre
me trató como “adulto pequeño”, nos dejaba decidir sobre qué
alimentación queríamos tener (yo era vegetariano), cómo nos
queríamos vestir, qué queríamos hacer. Sin embargo, cuando se
trataba de mi sexualidad, mi subjetividad quedaba totalmente
anulada. La primera vez que le dije que me gustaba un chico, me
dijo: “no sabes de lo que estás hablando”.

 

El cuerpo. Sin hablar me pintaba las uñas y mi mamá me decía
“cuando seas más grande verás”. Después fui más grande: un
púber con trenzas en el pelo y a quien mi entorno no sabía cómo
nombrar, si como nene o nena, otra vez. Prevalecía en mi familia
el peligro de “si tu papá se entera, te mata”. Al que había que cuidar
era a él y no a mí.
Las alas. En el secundario conseguí un entorno un poco
gay friendly con todo lo que esto implica. En ese momento me nombraban “niño mariposa” y me gustaba, hasta tenía una remera
con eso escrito por mis amigues. Cuando decidí mudarme de país,
sentí que tenía que “ser un adulto” y dejar mi mariconeria, hacer
una carrera universitaria en tiempo, vivir en pareja y dejar mi
remera atrás.

Hoy me reivindico marica y puedo resignificar este dispositivo
de normalización que fue el ser nombrada en femenino; es mi
estigma, es mi herramienta de lucha.

 

​

Ezequiel Aguilera.

22 años y soy marica. Nacido en Venezuela y viviendo en Córdoba, Argentina desde los 17 años. Milito en la organización feminista Mala Junta.

 

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