Eso que me pasa
Creo que todo comenzó el día que me regalaron una pelota de
fútbol y en lugar de patearla me senté arriba. Tenía dos años. En
mi familia siempre esperaron que fuese jugador de fútbol, pero
nunca les di el gusto. A los 4 años conocí al vecino de la esquina,
un año mayor que yo. Él me propuso que juguemos a la familia. El
hacía de papá y yo de mamá. Él también me dijo que la mamá era
la que se desnudaba y el papá la tocaba. Nos escondíamos a jugar
a la mamá y al papá casi todos los días.
Siempre fui de juegos tranquilos y creativos, los Rastis eran mis
preferidos. Al tener dos hermanas mayores había heredado un
montón de juguetes de nena x 2. Con los que más jugaba era con
los pequeños Pony (uno de pelo verde y otro violeta), los bañaba
y los peinaba. Creaba ciudades y los ponys eran los custodios.
Ya de más grandecito, con mis primas armábamos espectáculos
para toda la familia, una especie de comedia musical con
coreos, actuación y disfraces que nos hacíamos con cosas que
encontrábamos en casa (pichón de drag).
Para los 8, con un vecinito nos mirábamos el pito escondidos
en el cañaveral. También me acuerdo de haberle tocado mucho
la cola, como una especie de masaje en los glúteos. Una vez
le robé una revista a mi hermana en donde había una nota de
Emanuel Ortega que confesaba que dormía desnudo. Con eso nos
calentábamos y también nos venían muchas dudas y preguntas
sobre nuestros cuerpos.
Mis juegos eran muy Utilísima y manualidades. Recuerdo que
una vez hice un centro de mesa y mi mamá me retó: “Siempre
haciendo estas cosas, nunca algo de varón”. A mí me dio bronca,
así que fui y desarmé una bicicleta para demostrarle no sé qué.
Pero no la volví a armar porque después me di cuenta que era al
pedo, yo no era el “nene masculino” que ellos deseaban y no lo iba
a ser.
La etapa pre púber fue la más difícil y en la cual fui víctima de
violencia y abuso escolar por parte de algunos de mis compañeros,
compañeras y algunos docentes, en especial el de Educación Física.
A los 11 aprendí a masturbarme y me quedaba viendo el canal
X-Times. Los viernes, a las 3 a.m., pasaban un backstage de la
producción de fotos para una marca de ropa interior masculina.
Por esa edad, recuerdo a mi hermana contándole a mi mamá
acerca del hermano de una compañera suya de la Facultad: “El loco
había sido gay y murió de SIDA”. Cuando dijo esto, mi hermana
me miró de una forma particular que nunca me voy a olvidar,
como diciendo: “Ya sabes lo que te va a pasar”.
Unos años más tarde conocí el placer del sexo homosexual
de la mano de un amigo de la primaria. Al principio sólo nos
tocábamos por encima de la ropa mientras dábamos vueltas en su
cuatriciclo. Una vez me invitó a su casa a ver una porno. Había
alquilado una de lesbianas. Dos horas de sexo lésbico. Ni un pito.
Una tristeza. Pero bueno, al final hubo paja cruzada. Y cada día
que pasaba, nos atrevíamos a más: escondidos en el maizal o en
un baño o incluso en el medio de la fiesta de la espuma, porque ya
teníamos edad de salir a los bares del pueblo. Jugábamos mucho
con la posibilidad de ser descubiertos, de tocarnos por debajo
de la mesa mientras estábamos reunidos con nuestros amigos.
Ya siendo un adolescente iba descubriendo lo que me gustaba.
Después de estar con él estuve con varias chicas, pero no fue hasta
que quedé desnudo con una de ellas que pensé: “Acá falta algo”.
Como es usual en el pueblo, algún pariente siempre te lleva
a debutar a algún cabaret. A mí me llevó un primo varios años
mayor, cuando yo tenía 15 y él 21. Lo interesante de esto es que
pasamos los dos juntos con dos chicas y mientras estábamos con
ellas nosotros dos también nos acariciábamos, pero no más que
eso. Y, de no haber sido por “eso”, creo que no hubiese podido
tener una erección.
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GM.
Nació en 1987. Desde algún pueblito del sur de Santa Fe.