La Gauchita
En la escuela primaria nº 27 Eduardo Peralta Ramos, en aquella
Mar del Plata de mi infancia, por los años ’80, conmemorábamos
el 25 de Mayo, el Día de la Patria, repleto de los colores de la
celeste y blanca. Todos y todas –siempre bien definidas– debíamos
participar. No faltaba nadie, las nenas blancas pintarrajeadas a
corchazo negro con sus vestidos rojos a lunares blancos llevando
canastitas con empanadillas. Los Señores congresistas en el
congreso, las Señoras de los congresistas esperando afuera. Afuera
del congreso de la Patria. Ahí donde el pater manda, no manda
ningún otro género. Los gauchos haciendo el aguante. Me tocó
hacer de gaucho. Jamás a nadie se le hubiera ocurrido proponerme
de “Señora bien”, porque no era Señora y seguramente porque
tampoco era “bien”. Mis padres luego de varios intentos de disfraz
optaron por alquilarme uno. Tenía todo: bombacha (la de gaucho),
cinto de moneditas (de rastra que le dicen, pero que para mí era
de moneditas y super lindo, no como el de danza árabe), camisa
blanca, pañuelito al cuello (no el chal o velo), chalequito negro, un
sombrero que colgaba en mi espalda, y las inconfundibles botas
de gaucho bien lustradas. Yo estaba muy contento con mi disfraz y
mis padres festejaban a su único hijo varoncito vestido como todo
un hombrecito, hecho y derecho. Nada es redundante: de derecho
varón, porque ser instituido varón es ser instituido con poderes
sobre lxs no instituidxs. Derecho el cuerpo, siendo la metáfora
viva del falo y la vida del hombre que, a su vez, derecha es. Como si
no fuera poca esa presión, hijo único varón. El que da la progenie,
pro-genes, pro-semen. El que reproduce, quien vuelve a producir
lo ya producido. Y yo contento porque me sacaban fotos, porque
me aplaudían y festejaban.
Todo estaba en regla (hecha y derecha). Papá me acompañaba:
“hijo de tigre”. Sin embargo, mis manos en la cintura, mis codos
bien hacia atrás, mi pecho hacia afuera, encorvada la espalda
sacando cola. Mi cuello en alto empoderando mis anteojos de vidrio
miope y mi flequillo que tantos moretones de mis compañeros me
infligió. Y mi botita izquierda puesta adelante, en un paso falso
y firme. ¡Yo era una gaucha vedette canejo! Bien gauchita y bien
puesta en razón. Aunque me disfrazaran de lo que me disfrazaran.
Al mirar bien la foto y, volviendo sobre el tema de la
reproducción: mi papá está parado igual que yo.
​
Dyego Alba.
Santiago del Estero; Argentina. estudiante avanzado de la Lic. en Letras en la Universidad Nacional de Tucumán, investigador, escritor y performer. Colaborador en la revista La Cascotiada.
Contacto: diegoalba22@hotmail.com
​